terça-feira, 11 de maio de 2010

El puente del aire






…revolvámoslos, para no saber ni nosotros,
ni el malvado que mira acechante,
cuántos besos nos dimos.
Catulo

Eudoxia Perfecta subió al tren. Ya sentada, se puso a leer el diario. No comprendía las noticias. ¿Cómo era posible que tantos políticos corruptos desconocieran el imperativo categórico? ¿Qué páginas les faltaba a su diccionario mental? ¿Alguien les habría exhortado violentamente a no robar, generando así la reacción opuesta? Eudoxia entendía que, fuera del sentido del deber, todo lo demás entraba en la tenebrosa zona del delito, tal como esos titulares parecían confirmar.
Cansada de catástrofes naturales, bursátiles o privado-mediáticas-otra frontera borrosa, si es que se podía hablar de frontera- se quitó los lentes y cambió su ángulo de visión (físicamente hablando).
En el asiento opuesto al suyo, una joven pareja se besaba minuciosamente. La chica, juzgando insuficientes los recíprocos labios, besaba el cuello, la mano, los dedos del chico, para volver a los labios donde la demora era mayor. Él cerraba los ojos, disfrutando.
Eudoxia comprendió, de inmediato, que estaba frente a dos definidos ejemplares del hedonismo. Si bien al principio le pareció que el besarse podía tomarse como actividad altruista-era obvio que los besos suponían gratificar o incluso consolar al otro- le pareció que el modo de hacerlo-con tanta fruición y públicamente- afectaba la naturaleza misma del acto. Aquello era otra cosa. Aquello no tenía nombre. Aquello era morboso, aquello era freak, aquello era un egoísmo de a dos que ni siquiera abría una modesta puerta teleológica, sino que agotaba su fin en esa patética recreación de Catulo. Miró a los costados, pero no quedaban asientos libres.

Cuando el tren se detuvo en Chacarita, Eudoxia hizo un mal movimiento al bajar y cayó al piso del andén. Sentía dolor en las rodillas y en un codo. Cerró los ojos y al tantear el piso para levantarse, sintió que unas manos la acariciaban. Abrió los ojos. Los devotos de San Ósculo estaban inclinados sobre ella, preguntándole si se sentía bien.
Puesta en la disyuntiva entre el Análisis y el Pragmatismo, Eudoxia optó por lo segundo y movió la cabeza en señal afirmativa. Sonrió, pidió disculpas por hacerles perder tiempo y les pidió que la ayudaran a ponerse de pie.
A pesar de su protesta formal, él la tomó del brazo y bajaron con ella la escalera al subterráneo. Tomaron juntos el subte y le ayudaron a tomar asiento. Si bien no existía una obligación previa, lo cierto es que había sinceridad en la preocupación de ambos.
Eudoxia seguía hasta el microcentro, pero ellos bajarían antes, en Medrano.
Antes de que el tren se detuviera, ambos hedonistas le desearon suerte y la besaron.
Eudoxia los siguió con la mirada hasta la escalera mecánica.
Cuando el tren arrancó, cerró los ojos.
Sin dolor. Sin pensar.

2 comentários:

  1. Muy interessante, Ignacio. Praticamente una epifania, momento pleno de variados significados.

    ResponderExcluir
  2. Achei belíssimo. Uma história de gente generosa, gente que se ama muito e não se deixa cegar por esse amor, que tem afeto para repartir e multiplicar.
    Muito muito lindooo!

    ResponderExcluir